LA PRESENZA DELLA CONGREGAZIONE SACRA FAMIGLIA DI NAZARETH NEL MONDO

domenica 7 ottobre 2012

93 - NADA PASA POR CASUALIDAD

"Primer encuentro con P. Piamarta" de Pier Giordano Cabra

CAPÍTULO PRIMERO

Nada en la vida pasa por casualidad. Mucho menos en la vida de los santos. En Brescia, cuando era necesaria la intervención especial entre los jóvenes, en la segunda mitad del siglo XIX, en plena revolución industrial, nace un niño el 26 de noviembre del año 1841, bautizado en la iglesia de San Faustino con el nombre de Juan Bautista, hijo de José Bautista y de Regina Ferrari.

Nuestro pequeño Juan Bautista, quien tuvo la misión de ayudar a los pobres, nació y creció en un ambiente pobre y sentirá las privaciones propias de la pobreza. Hubiera querido tener un abrigo para protegerse mejor del frío, pero debió contentarse con el chaleco de lana hecho en casa por su madre. Y los zapatos… los bellos zapatos… eran, en cambio, solo zuecos de madera.
Debiendo comprender y sostener a niños difíciles, él mismo no tuvo un carácter fácil, porque entendió que una cosa era decir bellas palabras y otra era hacerlas realidad. También entendió que para crecer es necesario cansarse y, frecuentemente, luchar contra sí mismos.

No por esto era de mal genio, sino de carácter difícil: era tenaz hasta ser testarudo, listo para el pataleo y para enfurecerse cuando algo no le resultaba. A pesar de esto, su madre, Regina, lo cuidaba y no le dejaba pasar ninguna. Como aquella vez en que nuestro Juan de seis o siete años dejó a un lado el plato de sopa, porque no le gustaba. Al otro día, su madre lo hizo encontrar de nuevo la misma sopa rechazada. A medio día y en la tarde el plato seguía ahí, hasta que el pequeño contestador tuvo que arrepentirse y aprender que lo que uno quiere no siempre es posible hacerlo.
Con esto aprendió que en la vida lo primero que se debe hacer es cambiar uno mismo, antes que cambiar las cosas que están fuera de nosotros. Esto, porque siempre podemos mejorar nosotros mismos, antes que a los demás y a las cosas.

Su madre de Juan lo llevaba consigo a la Eucaristía en la gran iglesia de San Faustino. No había tanto que caminar, porque vivían casi al frente de ella: solo debían atravesar el puente.
Él participaba con ganas en las distintas celebraciones, también porque, estando dotado de una espléndida voz, tenía el honor de hacer de solista en el coro parroquial. La mamá lo llevaba ante el altar de la Virgen y le decía que es Ella la madre de todos. Esto no lo olvidará nunca y repetirá miles de veces esta consoladora lección, que se transformó en una dulce experiencia del corazón.

A los nueve años la muerte pasó por su vida y le quitó a la persona que más quería, a su amada mamá Regina. Su padre trabajaba como peluquero y estaba todo el día fuera de la casa. Cuando llegaba la tarde, varias veces llegó con algunas copas de más, perdiendo la autoridad de padre.
Haciéndose cargo de los huérfanos, Juan ya está preparado para comprender, porque lo experimentó en su propia carne, qué significa quedar huérfano siendo tan pequeño, sufrir silenciosamente la soledad, darse cuenta de que no hay nadie que se interesa en ti, que te atienda en la casa, una casa que queda de repente vacía y silenciosa.

Del pequeñito Juan se preocupa como puede el abuelo materno que cada tarde lo encanta con los cuentos de la Historia Sagrada, con episodios de la Biblia. Los cuentos del abuelo fueron por siglos como las telenovelas y las series de televisión de hoy. Juan se apasionará tanto con esta Historias Sagradas que se convertirá en un hábil y anticipado narrador para sus jóvenes, los que recordarán por mucho tiempo los intrigantes cuentos, con incisivas conclusiones para la vida.

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