LA PRESENZA DELLA CONGREGAZIONE SACRA FAMIGLIA DI NAZARETH NEL MONDO

mercoledì 17 ottobre 2012

113 - TODO PARA TODOS

"Primer encuentro con P. Piamarta" de Pier Giordano Cabra
Capítulo cuarto

Fue ordenado sacerdote el 23 de diciembre del año 1865 y celebró la primera Misa el día de Navidad en el pueblo de Bedizzole, donde era párroco su querido Padre Pezzana. Tenía venticuatro años cuando se trasladó a la parroquia de Carzago Riviera como Vicario, ayudante del párroco. Poco tiempo después, Padre Pezzana consiguió llevarlo consigo por cerca de un año a la parroquia de Bedizzole y, luego, estuvieron dos años trabajando en la parroquia de San Alejandro. Esto ocurrió en el año 1870.

"Señor, haz que no sea un siervo inútil", pidió Padre Piamarta el día de su primera Misa. Los parroquianos se dieron cuenta que él era un sacerdote especial. "Mira, es de verdad un santo", susurraba la gente cuando lo veía, principalmente los enfermos que atendía en sus visitas, así como también las personas que deseaban hablar con él, atraídas por la fama de su sabiduría o por sus predicas que tocaban el corazón de quienes las escuchaban. Cuanto cambiaron las celebraciones de la Misa, la cantidad de niños que no lo dejaban un minuto, el oratorio, el famoso oratorio de San Alejandro iniciado por padre Piamarta.

En poco tiempo todos hablaban de él. "Hemos hecho una excelente adquisición", decían los hombres. "Menos mal que alguien piensa en nuestros hijos", decían las mamás. "Mira lo pálido que está", "y corre todo el día", "es tan devoto", "le gusta tanto a los jóvenes", "nunca se detiene, ¡es plata viva!, alguien muy valioso", "quizás lo dejarán por mucho tiempo", decía la gente.

El oratorio de San Alejandro estaba formado por una sacristía y un patio, donde se encontraban los niños con el sacerdote. Atrajo tantas y tantos niños que dejó un recuerdo imborrable en aquellos años. Padre Piamarta los reunía, les hablaba, organizaba paseos, buscaba lugares donde pudieran jugar, los apasionaba por las cosas de Dios. De las cartas que han quedado se puede respirar algo de la atmósfera de esos tiempos: "Para nosotros, los jóvenes, Piamarta era alguien especial, extraordinario"… "Despertaba en mí sentimientos de respeto, de admiración, devoción verdaderamente extraordinaria"… "Quería salvar a la juventud de la indiferencia y del alejamiento de la religión". A un abogado anticlerical que quería construir una especie de centro juvenil laico, un amigo le respondió: "Querido abogado, mientras en los oratorios hay sacerdotes como Piamarta, es inútil que tú construyas un lugar similar".

A pesar de estas palabras que elogiaban el trabajo del joven sacerdote, este tenía una herida secreta: todas las veces que veía a un niño pobre y abandonado, sentía un dolor en su corazón de huérfano… Excelente idea el oratorio, pero ¿qué será de aquellos niños sin familia, sin afecto, sin un punto de apoyo, que no tenían siquiera el coraje de ir al oratorio por ser pobres y andar mal vestidos? ¿Quién pensará en ellos? ¿Tendré que resignarme a visitarlos en las prisiones el día de mañana? ¿Y qué pasará con los hijos de las familias desintegradas que están destinados a crecer en la calle? 

Desde lo profundo de aquella herida sentía salir una voz: "Lo que hagas a uno de estos pequeños, me lo harás a mí". "Te corresponde a ti hacer algo". "No dejes a otros lo que se te ha encargado a ti". "¿Qué puedo hacer?, estoy solo y no tengo los medios suficientes", se decía a sí mismo el joven sacerdote Juan Piamarta. Sin embargo, la voz que provenía de su corazón era insistente y crecía siempre más, llegando a quitarle el sueño y la paz. "¿Y si fuera el mismo Señor quien quiere que yo dedique mi vida a los niños y jóvenes pobres?", se preguntó un día. Luego de haber hecho oración por mucho tiempo ante el Santísimo, intuyó claramente que este era su nuevo camino: "Dedicaré mi vida a estos niños. Serán ellos mi vida". En ese mismo momento se propone un claro objetivo: darles una familia, enseñarles un trabajo, mostrarles cómo vivir como personas cristianas en una ciudad de Brescia en evolución. Pensó inmediatamente hablar de esto con Monseñor Pedro Capretti.

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