"Primer encuentro con P. Piamarta" de Pier Giordano Cabra
CAPÍTULO SEGUNDO
En el corazón del joven hay de todo, así como también está el Todo. En el corazón del pequeñito Juan, el Todo se "ilumina por la inmensidad": si Dios es todo, ¿por qué no concentrarse en Él? Si es Él, es Todo. Entonces ¿de qué tendrá todavía necesidad?
He aquí que un día dejóla casa junto a un amigo, como si fuera una fuga, intentando realizar la aventura de ser los eremitas del monte Magdalena, el principal cerro de Brescia, de un poco menos de mil metros de altura. Ahí habían unas grutas que, según se decía, fueron habitadas en el pasado por eremitas, personas cuya ocupación era la de "vivir solos en la sola presencia de Dios". Juan y su amigo subieron rápidamente el cerro, se detuvieron un poco, disfrutaron el bello paisaje y luego se dijeron: "¿y ahora qué hacemos? Se está haciendo tarde, no tenemos nada para comer y está comenzando a hacer frío, ¿por qué no bajamos?". Empezaron a bajar, antes de que llegara la noche.
Juan entendió que el camino de los eremitas no era el suyo, pero que orientarse totalmente al Todo era su vida.
Las horas libres de la escuela eran muchas y a Juan, que era vivaz y alegre, le gustaba jugar en la calle con los niños de su vecindario, de los cuales era el cabecilla. Jugaban a la guerra, se tiraban zapatos, se golpeaban. Estaban a la merced de los más desordenados.
Hablando de estos años el mismo Juan dirá que estaba por convertirse en un "maldadoso de primer orden", de no haber encontrado el oratorio - centro juvenil - de Santo Tomás que lo orientó para tomar la dirección justa en la vida y que, también, le ofreció momentos de diversión sana, así como la educación y los buenos ejemplos que le mostraban el lado bello del bien. El oratorio lo ayudó, sobre todo, a descubrir a Jesús como el mejor y más confiable de los amigos. Quedó preparado, así, para comprender la importancia del estar con los jóvenes, de ayudarlos a crecer en un ambiente donde puedan estar bien y aprender a hacer el bien.
Mientras tanto, su padre y su abuelo pensaban qué hará este niño vivaz y soñador con una salud tan frágil. Acordaron enviarlo a trabajar como ayudante de un conocido fabricante de colchones, Zanolini, quien lo inicia en su arte. El joven va con muchas ganas y le irá bien, a pesar de que hará la experiencia del trabajo repetitivo, del cansancio de los horarios, nueve o diez horas al día, con el bajo salario que se solía dar, como propina, a los aprendices.
Sin embargo, esto luego cambiará. Pudiendo estar en un ambiente poco sano, con salud débil o mal alimentado, el patrón de Juan es una persona atenta y paterna que se preocupa constantemente de su salud. Por esto mismo lo envía a Vallio, una ciudad que queda a unos veinte kilómetros de Brescia, en un valle con mucha vegetación, para que cambie de aire y se recupere. En este lugar, lejos de los amigos y del horario de trabajo, comienza a explorar los bosques, acompañado por su palo de madera y sus pensamientos. A pesar de estar solo, siente en su interior que alguien le hace compañía, que el amigo Jesús está junto a él y que le puede hablar de las cosas que están en su corazón.
Sin darse cuenta, sus paseos terminan en la bella iglesia parroquial, donde entra para estar más cerca de su Amigo y sentir mucho mejor su presencia. Juan estaba muy alegre por cómo esta amistad se iba haciendo más fuerte. Por eso la cultivaba con mucho cuidado. El pequeño Juan se encontraba muy cómodo, tanto en el juego con otros niños, como en el silencio de la iglesia.
El párroco de Vallio notó inmediatamente las repetidas visitas a su iglesia de ese niño citadino flaco y vivaz. Por esto es que un día lo detiene y le habla. Así será durante varios días, después de los cuales el párroco logra convencerse de que está ante un niño extraordinario con la apariencia de un niño común. Al ver en él a un niño llamado a hacer grandes cosas le hizo una propuesta.
CAPÍTULO SEGUNDO
En el corazón del joven hay de todo, así como también está el Todo. En el corazón del pequeñito Juan, el Todo se "ilumina por la inmensidad": si Dios es todo, ¿por qué no concentrarse en Él? Si es Él, es Todo. Entonces ¿de qué tendrá todavía necesidad?
He aquí que un día dejóla casa junto a un amigo, como si fuera una fuga, intentando realizar la aventura de ser los eremitas del monte Magdalena, el principal cerro de Brescia, de un poco menos de mil metros de altura. Ahí habían unas grutas que, según se decía, fueron habitadas en el pasado por eremitas, personas cuya ocupación era la de "vivir solos en la sola presencia de Dios". Juan y su amigo subieron rápidamente el cerro, se detuvieron un poco, disfrutaron el bello paisaje y luego se dijeron: "¿y ahora qué hacemos? Se está haciendo tarde, no tenemos nada para comer y está comenzando a hacer frío, ¿por qué no bajamos?". Empezaron a bajar, antes de que llegara la noche.
Juan entendió que el camino de los eremitas no era el suyo, pero que orientarse totalmente al Todo era su vida.
Las horas libres de la escuela eran muchas y a Juan, que era vivaz y alegre, le gustaba jugar en la calle con los niños de su vecindario, de los cuales era el cabecilla. Jugaban a la guerra, se tiraban zapatos, se golpeaban. Estaban a la merced de los más desordenados.
Hablando de estos años el mismo Juan dirá que estaba por convertirse en un "maldadoso de primer orden", de no haber encontrado el oratorio - centro juvenil - de Santo Tomás que lo orientó para tomar la dirección justa en la vida y que, también, le ofreció momentos de diversión sana, así como la educación y los buenos ejemplos que le mostraban el lado bello del bien. El oratorio lo ayudó, sobre todo, a descubrir a Jesús como el mejor y más confiable de los amigos. Quedó preparado, así, para comprender la importancia del estar con los jóvenes, de ayudarlos a crecer en un ambiente donde puedan estar bien y aprender a hacer el bien.
Mientras tanto, su padre y su abuelo pensaban qué hará este niño vivaz y soñador con una salud tan frágil. Acordaron enviarlo a trabajar como ayudante de un conocido fabricante de colchones, Zanolini, quien lo inicia en su arte. El joven va con muchas ganas y le irá bien, a pesar de que hará la experiencia del trabajo repetitivo, del cansancio de los horarios, nueve o diez horas al día, con el bajo salario que se solía dar, como propina, a los aprendices.
Sin embargo, esto luego cambiará. Pudiendo estar en un ambiente poco sano, con salud débil o mal alimentado, el patrón de Juan es una persona atenta y paterna que se preocupa constantemente de su salud. Por esto mismo lo envía a Vallio, una ciudad que queda a unos veinte kilómetros de Brescia, en un valle con mucha vegetación, para que cambie de aire y se recupere. En este lugar, lejos de los amigos y del horario de trabajo, comienza a explorar los bosques, acompañado por su palo de madera y sus pensamientos. A pesar de estar solo, siente en su interior que alguien le hace compañía, que el amigo Jesús está junto a él y que le puede hablar de las cosas que están en su corazón.
Sin darse cuenta, sus paseos terminan en la bella iglesia parroquial, donde entra para estar más cerca de su Amigo y sentir mucho mejor su presencia. Juan estaba muy alegre por cómo esta amistad se iba haciendo más fuerte. Por eso la cultivaba con mucho cuidado. El pequeño Juan se encontraba muy cómodo, tanto en el juego con otros niños, como en el silencio de la iglesia.
El párroco de Vallio notó inmediatamente las repetidas visitas a su iglesia de ese niño citadino flaco y vivaz. Por esto es que un día lo detiene y le habla. Así será durante varios días, después de los cuales el párroco logra convencerse de que está ante un niño extraordinario con la apariencia de un niño común. Al ver en él a un niño llamado a hacer grandes cosas le hizo una propuesta.
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